Para el Partido Popular de Rajoy, Acebes, Zaplana y Piqué y para la caverna mediática el nuevo Estatut de Catalunya pretende romper España. Para Esquerra Republicana, prácticamente nos deja igual que el de 1979. Para Convergència i Unió vamos a cambiar de sistema de financiación y mejoraremos en competencias en casi todos los ámbitos (naturalmente, gracias a una entrevista de un rato en la Moncloa y no al trabajo que se hizo en la ponencia durante un año y medio). Para Alfonso Guerra, todo el mérito es de la Comisión Constitucional del Congreso, que ha pasado el cepillo por el texto del Estatut y en unas pocas semanas lo ha dejado como para que no lo reconozca “ni la madre que lo parió”.
¿No será que hemos hecho del exhibicionismo y la exageración las normas básicas de la comunicación política? ¿A qué vienen tantos salvadores de patrias diversas? ¿Acaso les necesitamos en un régimen democrático? ¿Cómo es posible que donde había un excelente Estatut, con competencias nuevas y una mejor financiación, pocos días después de la famosa foto pasemos a tener un pésimo Estatut? Y a la inversa, ¿cómo se explica que CiU votase en el Pleno del Parlament, el 30 de septiembre, contra algún título que ha votado a favor en las Cortes, habiendo quedado su redacción prácticamente idéntica? ¿Y cómo que el PP votase en el Pleno del Parlament a favor de un título que luego votó negativamente en las Cortes?
En este país se ha puesto difícil explicar por qué merece la pena, y mucho, votar afirmativamente en el referéndum. Y por qué hay que hacerlo con entusiasmo. Esta dificultad proviene, en parte, del hecho de que los partidos nacionalistas no cesan en su empeño de jugar a ser hoy los más soberanistas y mañana quienes más contribuyen a la gobernabilidad de España. Es un vicio antiguo. Jordi Pujol fue muy hábil jugando a este doble juego simultáneo y le han salido imitadores. Son los mismos que siempre andan echando las culpas de casi todos nuestros males a “Madrid”. Los mismos que han querido, una vez más, divulgar la idea de que la negociación del proyecto de Estatut en las Cortes se lleva a cabo entre dos entes políticos distintos (Catalunya y España) y no entre una parte y el todo, que es lo que realmente piensa y siente la mayoría de catalanes y catalanas. De este modo, se da a entender que a un lado de la mesa se sientan unos diputados catalanes (generalmente, los buenos) que discuten con otros diputados que se sientan enfrente: los españoles. Pero no es eso lo que yo he visto y vivido. ¿Con quién hemos discutido y negociado el texto del nuevo Estatut en Madrid? Pues, entre otros, con diputados al Congreso y con senadores que son militantes del PSC, de CiU, de ERC, del PPC y de ICV. La discusión ha sido entre el Parlament y el Congreso de los Diputados y entre el Parlament y el Senado.
Algo parecido ocurre con la lengua. Queríamos que el catalán tuviese reconocida la cooficialidad real con el castellano. Y así lo hace el nuevo Estatut. Recoge el derecho y el deber de conocer los dos idiomas en Catalunya y el derecho a ser atendido en cualquiera de ellos. También garantiza que nadie podrá sufrir discriminación por razón de lengua en Catalunya. ¿Qué más queremos? ¡Pues parece que no basta! Pero no me extraña, porque algunos llegan a hacerse antipáticos a base de negarse a reconocer la evidencia. Y la evidencia es que el gobierno de Rodríguez Zapatero favorece, por primera vez en España, el uso del catalán en el Senado (“es poco”); promueve el reconocimiento del catalán en la Unión Europea y la presencia de consellers en las reuniones del Consejo de Ministros de la UE (“también es poco”); da un apoyo decisivo al reconocimiento del dominio punt.cat en internet (tampoco se valora); cumple con su palabra de aprobar el traslado de los papeles de la Generalitat republicana desde el archivo de Salamanca, con el consiguiente desgaste electoral en otros lugares (no le damos importancia). ¿Acaso ha habido alguna vez en España un gobierno más sensible a las reivindicaciones y los intereses de Catalunya? ¿Algún nacionalista catalán lo va a reconocer algún día públicamente?
Al final, sin embargo, lo más importante y lo que realmente quedará va a ser un nuevo Estatut para Catalunya que es mucho mejor, y técnica y jurídicamente más preciso, que el que está en vigor. Cuando empezó este largo proceso, todos los grupos parlamentarios sabían perfectamente que el texto debería ser negociado en las Cortes. Por tanto, debía ser un texto que cupiera en la Constitución, pero también tan ambicioso que dotase de más competencias y mejor financiación a Catalunya. Y debía ampliar los derechos de los ciudadanos y ciudadanas de hoy y de los que van a nacer a partir del mismo día de su entrada en vigor. Todos estos requisitos se han cumplido y el proyecto de Estatut ha mejorado en muchos aspectos a su paso por las Cortes. Ahora será el pueblo de Catalunya quien tenga la última palabra en el referéndum. Y hay que aprovechar esta ocasión histórica para votar que sí con entusiasmo y poner en evidencia a quienes nieguen los grandes avances y las mejoras que el nuevo Estatut representará para Catalunya.
viernes, mayo 12, 2006
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3 comentarios:
Efectivamente es decisión del pueblo catalán decidir su gobierno en casa. Y la verdad los demás tenemos poco que decir al respecto. Siempre con justucia y equidad por supuesto, al menos con respecto al resto de los estatutos que están por venir. Saludos y Visca el Barça.
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