miércoles, mayo 29, 2013

Capitalismo con rostro humano


(artículo que publico en el número de mayo de la revista El Ciervo)

El futuro del mundo se juega cada día en un casino. La mitad de las operaciones bursátiles de Wall Street las realizan ya ordenadores que sólo se atienen a logaritmos, series estadísticas y datos que capturan ellos mismos en la red. Compran y venden, sin tiempo ni capacidad para verificar las informaciones. No pueden perder tiempo, porque el tiempo es dinero y sólo el negocio importa realmente. Por eso es posible que la divulgación interesada de noticias falsas, como la de la muerte de Steve Jobs (tres años antes de producirse realmente) o un atentado a Obama (el pasado 23 de abril) produzca un desplome bursátil momentáneo, que puede ser aprovechado literalmente para forrarse en cuestión de segundos.

Si Adam Smith levantara la cabeza, se moriría instantáneamente de un infarto. Las teorías de los padres del capitalismo nos parecen hoy de una ingenuidad extraordinaria. También la doctrina social de la Iglesia, o las prédicas en el desierto de los Papas que, desde Juan XXIII, insisten en poner la economía al servicio de la persona y no al revés. El capitalismo con rostro humano ha sido el gran espejismo de la segunda mitad del siglo pasado. Como lo fue, no hace tanto, la idea de que Europa exportaría al resto del planeta su modelo de desarrollo y de progreso social equilibrado. Hoy se impone en el globo una mezcla de capitalismo neocon anglosajón y de comunismo capitalista chino. El resultado será un mundo donde sólo un 1% de la población pueda vivir en la abundancia. El 99% restante está previsto que pague la fiesta de los ricos desde la precariedad y el miedo a perder incluso la condición de esclavo.

De modo que tenemos dos opciones: caer en la depresión y aceptar el destino con resignación, o situar como la causa número uno del siglo XXI la consecución de otro modelo económico. Y para mí, esa es la gran causa, sin duda: acabar con un capitalismo financiero puramente especulativo, que no crea riqueza alguna y que no tiene en cuenta para nada el interés de la mayoría. Puede que esta causa tenga que ir acompañada por fuerza de una regeneración democrática, porque sólo un sistema verdaderamente democrático puede anteponer a cualquier otro objetivo la dignidad de la persona humana; sólo una democracia libre y profunda puede ser capaz de imponerse al resto de poderes, más o menos fácticos y más o menos reconocibles. Será condición necesaria, pero no suficiente. En algún momento hemos olvidado que la democracia es mucho más que un sistema político, una ética que debería impregnar todos los ámbitos de la vida humana.

“La democracia no exige una igualdad perfecta, pero sí que los ciudadanos compartan una vida en común”, nos recuerda Michael Sandel. Puede que no exista la igualdad perfecta, pero la democracia no es tal si no persigue a fondo algo que sea lo más parecido posible a la igualdad de oportunidades. “La vida común que reclama Sandel –nos hace notar Josep Ramoneda- se quebró ya antes de la crisis. Y la política está siendo incapaz de restaurarla. La brecha entre política y ciudadanía se agranda”. Probablemente por eso la regeneración democrática y el cambio de paradigma económico sólo pueden venir de la mano.

El modelo europeo de bienestar posterior a 1950 fue posible, entre otras razones, porque se basaba en satisfacer a una minoría de los habitantes del planeta, que continuó viviendo en la riqueza a costa de la pobreza de la inmensa mayoría. No es eso lo que hay que repetir. Pero como laboratorio puede resultar perfectamente válido, en sus aciertos y en sus errores. Demostró que los poderes económicos y financieros pueden sujetarse a un estado de derecho que persiga la justicia y el bien común. Demostró que es posible crear riqueza y redistribuirla, con la voluntad de construir sociedades más justas y más igualitarias. En algunos lugares, demostró incluso que es posible una participación activa de los trabajadores en la toma de decisiones clave para el futuro de las empresas. Y muchas personas buscaron además, con relativo éxito, fórmulas alternativas de organización empresarial, o crearon modelos de empresas sociales, o de explotaciones agropecuarias o energéticas más respetuosas con el medio ambiente… Todo eso fue posible cuando el capitalismo era un sistema económico, basado en la creación de riqueza y no un sistema puramente especulativo para hacerse millonario sin aportar nada a cambio.

Sé muy bien que la mayoría de sabios, sobre todo los más viejos, piensan que hoy ya no es posible otro sistema económico-político que el capitalismo voraz y salvaje que estamos viendo y sufriendo ahora mismo. Ya en 1996, la recientemente fallecida Viviane Forrester escribió que “a los parados se les inculca esa vergüenza que conduce a la sumisión plena, que desalienta toda reacción distinta de la resignación”. Pero otro intelectual ilustre, también recientemente desaparecido, José Luis Sampedro, nos ha dejado un reto cargado de futuro, al advertir que “el sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro”.