No recuerdo a ninguno de los actuales jerarcas eclesiásticos oponiéndose en su momento, públicamente y con valentía, al adoctrinamiento nacionalcatólico de la famosa FEN, la cuasi entrañable Formación del Espíritu Nacional de nuestra ya lejana infancia y juventud. En algunos centros, incluso coincidían los profesores de FEN y los de religión. ¿Y alguien oyó alguna vez a un obispo (entonces como ahora -aunque tal vez más entonces que ahora) quejarse por ello. Claro que eran épocas de palio y poderes compartidos...
Ahora se trata de ofrecer dos cursos, uno en primaria y otro en secundaria, de Educación para la Ciudadanía, con contenidos como el conocimiento de las instituciones y los principios democráticos, la convivencia entre culturas, la igualdad entre hombres y mujeres, el consumo racional y responsable, la participación en la vida pública, la valoración crítica de los prejuicios sociales racistas o xenófobos... [Hasta aquí, todo perfectamente en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia, si bien es cierto que también se incluiría la crítica a los comportamientos antisemitas, sexistas y homófobos].
Mientras tanto, los propios obispos han conseguido que sea legal despedir a un/a profesor/a de religión (en la práctica, sobre todo profesora) por no mantener una buena conducta acorde con la religión. ¿Y quién decide eso? ¿Es acorde con la religión defender a los pobres desde un palacio? ¿Lo es llamar bienaventuradas a las personas justas y pacíficas y sembrar cizaña en el revuelto panorama actual?
¡Qué absurdo resulta oponerse a la Educación para la Ciudadanía porque, según algunos, sólo pretende adoctrinar a los infantes y querer convertir la clase de religión en pura catequesis dogmática (y encima, a menudo, retrógrada)! ¡Vivan las caenas!
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