sábado, abril 05, 2008

En busca del cuadro perdido

Carles Barba

La historia comercial de un cuadro puede ser muy novelesca. Se trate de un Velázquez, un Canaletto o un Renoir, la ficha en donde se detallan los cambios de manos por los que ha pasado (y los repentinos desconocimientos de su paradero) nos colocan a menudo ante un enmarañado ovillo de herencias, cambalaches y golpes de codicia que sugestionan la imaginación más tibia. En su segunda novela (con la primera ganó el premio Pere Quart d’Humor), Àlex Masllorens juega precisamente estas bazas, el rastreo de un imaginario cuadro de Toulouse-Lautrec, para manufacturar una cosmopolita intriga con dos telones de fondo, el pintoresco mundo de la belle époque y el posterior derrumbe del continente con la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. El resultado es un simpático thriller de ritmo muy fluido e hilos argumentales diestramente cruzados, en el que de paso se examina la dialéctica entre arte y barbarie y las dificultades que siempre ha tenido Europa para hallar su propio rumbo.

La obra arranca en Londres, en el 2007, con un encuentro entre una enseñante de literatura, Sara Klein, y un historiador del arte, Richard Ziegler. Ella es especialista en Oscar Wilde y él en Henri Toulouse-Lautrec. Ziegler, berlinés con domicilio en París, la aborda para comunicarle que sabe de la existencia de un retrato (y unos cuadernos de apuntes) de Wilde, realizados por Toulouse-Lautrec al natural, cuando el irlandés compareció a juicio por uranismo. Pretende que Sara le ayude a buscar el óleo, titulado El poeta indecente, y el bloc de esbozos, so pretexto de que, con su detección, las figuras del pintor y del escritor resultarán mejor perfiladas. La trama se mueve en tres frentes, el del fin de siglo, el de los años 30, 40 y 50 (en que el cuadro va y viene con la convulsión mundial), y el del 2007, en el que Sara y Richard se asocian para localizarlo, en paralelo a una serie de iniciativas destinadas a restituir los tesoros expoliados por los nazis.

Masllorens correlaciona con habilidad las trayectorias de Wilde y de Lautrec (Whistler los presentó, el Moulin Rouge del catalán Josep Oller sirvió de marco de su amistad...) con los itinerarios vitales de Sara Klein y Richard Ziegler, quienes a medida que se acercan al cuadro desaparecido anudan un otoñal amorío (los dos tienen 64 años) y se confiesan recíprocamente un pasado traumático, marcado por la persecución judía y la monomanía aria de depurar la raza. Saltando de Londres a París, y de París a Barcelona (donde por cierto Eduardo mendoza y Rosa Novell ejercen de cicerones de los protagonistas), el argumento da un quiebro más, en un Buenos Aires que esconde a ex criminales y coleccionistas nazis, y en el que ha ido a recalar un homónimo del autor, un Masllorens que se abrió camino como fabricante textil. Y hay alguna que otra pirueta aún más inesperada, lo que nos lleva a la tesis inicial: en la biografía de un óleo, la historia de sus dueños compone una absorvente novela.

(publicado en el suplemento Culturas de La Vanguardia)

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