Salvando las distancias, mi padre fue también un hombre de fe. Siendo joven le pilló la guerra incivil y se alistó en el bando que después ganaría. Fue admirador de Dionisio Ridruejo y, en cierto modo, experimentó una evolución parecida a la suya. Precisamente acaba de aparecer ahora el libro Casi unas memorias, donde Ridruejo aclara su progresión ideológica. Con pretensiones mucho más modestas, mi padre dejó escritas unas páginas de recuerdos sin título. En ellas puede leerse: “Del verano de 1930 recuerdo la asistencia a la primera boda de mi vida como invitado. Se casaba mi prima hermana María Sistach con Joan Martínez. María era hija de mi madrina Antonia… Estrené un traje nuevo, de hombre, y por primera vez pude olvidarme de las dichosas “marineras”, tan incómodas, de los días festivos”.
En abril de 1937, Joan Martínez y María Sistach tuvieron un hijo, a quien bautizaron con el nombre de Lluís, que más tarde optó por el sacerdocio. En noviembre de 1987, sólo dos meses después de morir mi padre, Lluís Martínez Sistach fué nombrado obispo por Juan Pablo II y el próximo 24 de noviembre recibirá la birreta cardenalicia de manos de Benedicto XVI. Será así como el hijo de aquella prima hermana de mi padre se convertirá en príncipe de la Iglesia (menudo contrasentido que haya príncipes y jefes de estado en la iglesia de Jesús de Nazaret). Teniendo en cuenta el talante moderado y dialogante del nuevo cardenal, algunos osamos preguntarnos (y preguntarle) cuál será a partir de ahora su contribución para alejar a la jerarquía católica de esa imagen cada vez más carca, más sectaria, más antipática y más gruñona. Alguien tiene que empezar ¡Ánimo cardenal!
Artículo publicado en El Periódico de Catalunya (12/11/07)
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