jueves, noviembre 24, 2005
Elogio de la amabilidad
No podemos exigir a nadie que sea simpático, pero tenemos derecho a esperar que los demás sean amables. He ahí una de las claves de la buena convivencia. Comprendo y acepto que si la simpatía es una cualidad natural de las personas no todo el mundo tendrá predisposición a ella; y además algunos humanos se diría que sólo se sienten bien siendo antipáticos. También los hay que están convencidos de que para ser simpático hay que pasar el día contando chistes malos y pegando codazos a la gente. Así que podemos conformarnos con que haya afabilidad y cortesía en las relaciones entre ciudadanos. El mandato de amar a los demás como a nosotros mismos parece hoy pura utopía. Viendo como están las cosas y el poco respeto que percibimos a nuestro alrededor no ya por la vida humana sino incluso por el medio en el que ésta se desenvuelve, habrá que hacer un canto al simple respeto de algunas convenciones sociales muy elementales.
¿Qué nos está pasando? Pues que el mundo gira hoy mucho más de prisa que muy poco tiempo atrás. O que nos hemos empeñado en creer que gira más aprisa. O que somos nosotros quienes lo hacemos realmente. La misma tecnología que nos podía haber hecho más sabios y más libres puede llegar a esclavizarnos. Estamos pegados al móvil, a internet, a la radio, a la televisión... Muchos se han convertido en auténticas oficinas unipersonales ambulantes, funcionando sin interrupción durante diez, doce o hasta quince horas diarias, sin posibilidad de desconectar ni un solo minuto (ni siquiera durante las comidas). Y los más pequeños también parecen prolongaciones de otros aparatos que les alejan de una parte de la realidad y les crean desde su más tierna infancia el hábito y la dependencia de la tecnología. Cada vez más familias cenan frente al televisor sin cruzar una sola palabra y otras muchas ni siquiera coinciden ya frente a ningún aparato, porque cada cual se conecta por su cuenta. La mayoría de adolescentes que conozco pasan más tiempo comunicándose con sus amigos con mensajes de messenger o de sms que charlando de forma presencial.
No hay que ponerse apocalípticos, ni mucho menos, pero es seguro que para respetar a los demás hay que tener un mínimo tiempo para pensar en ellos. No podemos respetar al prójimo si ni siquiera le vemos cuando se cruza con nosotros por la calle. Hay conductores que circulan como zombis alienados, obsesionados tal vez por llegar antes a algún sitio porque en su empresa les contratan y les pagan por minutos, o simplemente porque ya se han acostumbrado a vivir aislados en su moto o su coche, que es más su mundo que el mundo real de las personas. Y también los peatones caminan pertrechados con sus auriculares en los oidos, hablando con alguien en la distancia o tarareando una música alegre, bastante ajenos a lo que ocurre a su alrededor
Somos además consumidores de una televisión que irrita y acongoja. Hay verdaderos profesionales de la crispación en la política, en los deportes y hasta en el fascinante mundo del cotilleo y la frivolidad profesional. Muchos medios fomentan, promueven y magnifican las desavenencias, los insultos, los boicoteos y las descalificaciones. Algunas emisoras se han erigido en fábricas de bilis. Y llueve sobre mojado cuando muchos consumidores de toda esta inmundicia llevan años trabajando en unas condiciones que hubieran sublevado a cualquier sindicalista mediocre de los años setenta.
Contrapuesto a esta realidad cada vez más extendida, se ha conocido recientemente el curioso ejemplo del pequeño reino de Bután, en el Himalaya, que lleva desde 1972 desarrollando políticas orientadas a promover la felicidad de la población. En unas jornadas celebradas en Nueva Escocia, 400 filósofos y pensadores de todo el mundo han reflexionado sobre nuevas formas de definir y evaluar la prosperidad. En ellas, una treintena de representantes de Bután explicaron cómo su país lleva 33 años oponiendo a la tesis del progreso únicamente vinculado al crecimiento del PIB una fórmula inspirada en el budismo y que intenta combinar el crecimiento del PIB con el aumento del FIB (felicidad interior bruta). “El bienestar material es sólo un elemento. Eso no garantiza que estés en paz con tu entorno y en armonía con los demás”, ha declarado un ex primer ministro de ese país. Visión del mundo a la que el pensador político canadiense ha contrapuesto otra frase: “La idea del siglo XX es que debes sonreír porque estás en Disneylandia” . Más o menos la misma tesis que en 1985 defendió Neil Postman en su famoso libro Divirtámonos hasta morir. Comparando las tesis de Orwell en su 1984 y de Huxley en Un mundo feliz, Postman escribió: “Orwell temía a quienes nos privarían de la información. Huxley temía a quienes nos darían tanta que nos reducirían a la pasividad y al egoismo. Orwell temía que la verdad se nos escondería. Huxley temía que la verdad se ahogaría en un mar de irrelevancia. Orwell temía que devendríamos una cultura cautiva.Huxley temía que devendríamos una cultura trivial, preocupada por un equivalente de las sensaciones (...) Resumiendo, Orwell temía que nos destruyese lo que odiamos. Huxley temía que nos destruyese lo que amamos”.
En un mundo donde el dinero es poder, incluso poder para comprar el tiempo y el espacio de los que tan necesitados estamos, bueno es saber que no siempre son más felices quienes más tienen. The New York Times explicaba también que un investigador de la Universidad de Michigan, Ronald Inglehard, lleva desde 1995 intentando explicar con datos objetivos por qué razón los países latinoamericanos registran mucha más felicidad subjetiva de lo que su situación económica haría creer. Tal vez influyan en ello el tiempo atmosférico y el caràcter de los pueblos, pero es igualmente probable que la cordialidad y la amabilidad de tantas personas en América Latina puedan contribuir a mejorar la percepción general existente de un clima social que, curiosamente, no está en sus mejores momentos en la mayoría de países de la zona.
Se permitió el clásico aconsejar “contra el horror, humor”. Igualmente ha llegado el momento de predicar aquí que contra la irritación y la crispación general necesitamos que haya cada vez más ciudadanos militantes de la cortesía, que se hagan responsables conscientes de sus actos y se comporten de forma amable. ¡Y a lo mejor hasta resulta que la amabilidad es contagiosa!
ÀLEX MASLLORENS
Publicat a El País Catalunya, 24 de novembre 2005
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