domingo, agosto 09, 2015

Europa, a lo suyo


Europa anda distraída con sus cosas; todas muy importantes y urgentes. Mientras tanto, no muy lejos de nuestras fronteras físicas, mentales y políticas, hay otro mundo que se descompone a mayor velocidad todavía que el nuestro. Miles de personas llaman la puerta desesperadamente cada día para salvar sus vidas y las de sus hijos. La fraternidad ni está ni se la espera. No hay lugar para más gente en este otro inmenso paquebote a la deriva que es nuestro continente. 

En la televisión se suceden sin solución de continuidad las imágenes de hoy mismo en Lampedusa o las de un puñado de cadáveres de negros ahogados en el mar, con reportajes históricos de cuando los refugiados españoles fueron encerrados en campos vallados en las playas de Argelès-sur-Mer en pleno mes de febrero de 1939… o sobre el maltrato y la extinción de judíos en los 40… o sobre los actuales guetos palestinos. La historia se repite y los pueblos casi nunca, salvo honrosas excepciones, se sienten en condiciones de acoger a los perseguidos. Siempre hay otras urgencias.

Hoy se habla mucho de cuotas para inmigrantes pobres que huyen de la miseria y muy poco de cuotas de solidaridad hacia personas que son víctimas de la violencia que genera una geografía en descomposición que hemos contribuido a acelerar desde nuestra cómoda butaca de observadores privilegiados. En realidad estamos llamando cuotas a nuestro propio miedo a salir de la zona de confort. Y mientras, en cubierta, la orquesta sigue interpretando la novena sinfonía.

(artículo que he publicado en la revista El Ciervo de julio-agosto 2015)


martes, febrero 03, 2015

¿En manos de los independientes?

(Artículo que publico hoy en la edición de El País en Catalunya)

[Versió en català: http://cat.elpais.com/cat/2015/02/02/opinion/1422906098_743998.html ]

Pasqual Maragall siempre fue favorable a algo que ahora, de repente, parece haberse puesto de moda: confiar en que personas que no militan en los partidos puedan hacer aportaciones tanto o más interesantes a los equipos de gobierno o a los grupos parlamentarios que los “militantes de escalafón”; y de paso añadir aire fresco y credibilidad a las instituciones políticas. Una diferencia tal vez sea que hoy esta captación de independientes la hagan los dirigentes más por obligación y contando con la aceptación resignada de los aparatos que por convencimiento real. Maragall lo tuvo siempre claro y lo defendió a capa y espada ante unos correligionarios que sólo estuvieron de acuerdo mientras no tuvieron otra opción. Una de las aportaciones de Pasqual Maragall a la política fue el convencimiento de que se estaban generando nuevas exigencias y nuevas dinámicas y que, en consecuencia, había que buscar otras formas y otras respuestas a los retos que se estaban planteando. El mismo prefirió, en un momento dado, someterse con dignidad a la ingestión de la cicuta que le habían preparado desde su propio partido, antes que renunciar a su visión de la política y a su proyecto de ciudad y de país. Perdió una batalla interna contra el anquilosado star system del PSC, pero el tiempo y su obstinación volvieron a colocarle en una posición de fuerza relativa para aspirar a la presidencia de la Generalitat. En realidad, fueron a buscarle a Roma los mismos que le habían defenestrado, convencidos ya de que con él era posible ganar a Jordi Pujol y sin él el pujolismo encontraría un relevo y se mantendría en el poder.

Desde esa posición, Maragall inventó Ciutadans pel Canvi y consiguió algo inimaginable en aquel momento en cualquier  partido político al uso: de los 50 diputados que salieron elegidos en su lista en octubre de 1999 (el mejor resultado del PSC desde 1980 hasta hoy mismo), 15 eran independientes procedentes de actividades y experiencias profesionales muy variadas.

No pretendo analizar en este artículo la contribución de Ciutadans pel Canvi a una nueva visión de la política, con un pie dentro y otro fuera de las instituciones y los partidos y con un cumplimiento estricto del compromiso de no permanecer en el Parlament más allá de dos legislaturas. Pero sí me parece que, visto desde la perspectiva que da el paso del tiempo, también en este aspecto Maragall se avanzó a su tiempo. Hoy podemos comprobar cómo algunos partidos están negociando incluso cual de ellos podrá “apropiarse”  de los independientes supuestamente de mayor prestigio social para enriquecer su candidatura electoral. Y ha llegado a hablarse de la posible existencia de un “partido del president”, experimento que, si no he entendido mal, consistiría en que la lista fuese encabezada por el líder de una coalición  (y actual president) y compuesta después únicamente (o casi) por personas ajenas al partido,  en tanto que referentes sociales más o menos indiscutidos. Salvando las distancias del momento y del objetivo último declarado para la presentación de tal candidatura, se me antoja que en el fondo incluso esta fórmula tiene que ver, finalmente, con la idea subyacente en la creación de Ciutadans pel Canvi. La necesidad de superar la politiquería y la partitocracia que tanto daño han hecho a la Política, con mayúsculas, y la implicación de sectores de población capaces y preparados para echar una mano, en un momento trascendente, a una clase política que no ha hecho más que enredarse en una  gran maraña.

De alguna manera, hasta la aparición y el previsible auge de partidos “de la gente” que se enfrentan a “la casta” tiene algo que ver con aquella visión maragalliana de la política. Es un fenómeno que los propios partidos políticos podían haber evitado si hubiesen estado más atentos a aquellas premoniciones y si hubiesen actuado con más inteligencia y sensibilidad ante lo que estaba ocurriendo a su alrededor; y si hubiesen comprendido que era necesario reformarse y modificar algunas reglas del sistema para hacerlo más abierto, más transparente y más democrático.  Se habrían hecho un favor a sí mismos y, por supuesto, a todos los demás, ahorrándonos de paso el bochorno de que se hicieran evidentes algunas indecencias.

Debe aclararse, sin embargo, que entre la propuesta “maragalliana” de “desprofesionalizar” en parte la política y reforzar al mismo tiempo las instituciones con personas independientes con un determinado bagaje profesional, y la pretensión actual de algunos de dejarla sólo o principalmente en manos de activistas, puede mediar un trecho. Y más si el experimento aparece de repente y no puede garantizar una mínima cohesión interna por falta del necesario debate, ni la puesta en orden de las ideas y programas ni el mínimo recorrido en común necesario. Y las prisas, por regla general, suelen jugar malas pasadas cuando se trata de llevar a cabo alguna acción realmente importante.