Estos días podemos constatar en los periódicos cuál es el verdadero sentido del poder para los más altos mandatarios de las potencias industriales: rearmar a todos los países, y cuanto más, mejor. La única solución que se les ocurre a Bush y a Condolezza para hacer frente a la amenaza hegemónica y expansionista del estado teocrático iraní es rearmar hasta los dientes a otros estados igualmente peligrosos y exportadores de semillas de odio e intolerancia, como Arabia Saudí. Claro que, como dijo Kissinger refiriéndose a Pinochet, algunos "son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta".
Y, mientras tanto, Sarkozy también aprovecha la debilidad general para ir colocando sus reactores nucleares por toda aquella zona. Siempre a los buenos, naturalmente; nunca a los malos. Los dirigentes de las grandes potencias se han convertido, al parecer, en representantes de comercio de los grandes lobbys industriales. Cual viajantes de comercio, han sustituido el seiscientos por sus jets privados y en lugar de dormir en la pensión del pueblo lo hacen en los mejores y más lujosos hoteles. Algo es algo, la profesión ha ido a más.
Como ha apuntado Richard Youngs, "hacer que Irán se sienta más amenazado difícilmente parecería la manera de lograr el espacio y el tiempo necesarios para la diplomacia y la moderación en todas las partes implicadas (...) La población joven iraní aspira a mejores perspectivas de empleo, movilidad social y protección de sus derechos humanos... Mientras Occidente ignora estos problemas, a favor de la presión del poder duro contra Irán, con ello probablemente sólo fortalecerá las voces menos moderadas dentro de la República Islámica".
Pero, ¿a quién le importa la población iraní? ¿O la de cualquier otro lugar del mundo? Desde luego a los fabricantes y exportadores de armas, no. El lobby armamentístico internacional sabe por experiencia que las guerras y los conflictos son el mejor caldo de cultivo para vender más y que las acciones suban en Bolsa como la espuma. Y eso es lo único que importa.
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