miércoles, octubre 20, 2010

Inmigración y campaña electoral

Se ha dicho, con razón, que el debate sobre la inmigración debe estar presente en las campañas electorales. Otra cosa distinta es la forma como se afronte la discusión y que ésta se plantee sin demagogia, sobre la base de ofrecer propuestas viables y legalmente irreprochables. La presencia de muchos extranjeros entre nosotros y las medidas que adoptemos (o no) para hacer posible que se adapten a su país de acogida preocupan a los ciudadanos-electores y si no se da una respuesta clara, democràtica y civilizada a esa preocupación se estará abonando el terreno para que los populistas hagan su agosto. Sarkozy y Merkel han planteado la cuestión a su manera, con excesiva simplicidad. Ni se puede atribuir la delincuencia a grupos étnicos, ni se deben exigir a quienes llegan desde fuera más obligaciones que a los ciudadanos de origen.

Si fuéramos todos más honestos, tal vez deberíamos reconocer que lo que más preocupa (además de la competencia laboral en tiempos de crisis) es la impresión que se tiene de que el colectivo musulmán se niega a aceptar que su religión deje de impregnar el conjunto de su vida social y laboral. Esa práctica a veces entra en contradicción directa con las ideas de la Ilustración. El problema es que a menudo nuestra democracia no es tan avanzada como pensamos o desearíamos. ¿Habrá que esperar al 7 de noviembre para ver el trato que recibirá el Papa en España? Los mismos dirigentes políticos que exigen una mayor dosis de integración al extranjero actúan de forma aleatoria y discriminatoria en ocasiones. Por ejemplo cuando aceptan iglesias y templos cristianos en los centros de las ciudades y rechazan oratorios musulmanes. O cuando un político del PP rechaza que haya colas en la calle frente al consulado marroquí e ignora deliberadamente otras colas frente a consulados europeos.

Al final, la cuestión fundamental es que la única solución para hacer posibles y viables unas sociedades tan plurales y tan diversas como las europeas de hoy es apostar radicalmente por la democracia y la libertad y, por supuesto, por la separación de la religión y el estado. Los poderes públicos deberán ser en este tema tajantes y valientes, y dar el mismo trato formal a todas las religiones.


(artículo que publico hoy en El Periódico)

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