En Gran Bretaña, las movilizaciones de apoyo al Papa han sido mucho más masivas que la participación en manifestaciones en su contra. Lo que no deja de tener mérito en un país donde los católicos son minoría y donde existe una religión de estado de la que la propia reina es su cabeza visible. En eso coinciden Isabel II y Ratzinger, pues son a la vez jefes de estado y cabezas de una iglesia. Una doble condición que a muchos se les antoja un auténtico desfase histórico, nada acorde con los vientos de la modernidad ilustrada. Coinciden también la reina británica y el Papa en que ambos son rematadamente conservadores, aunque la soberana deba disimularlo a veces para que nadie ponga en duda su condición de reina de todos sus súbditos. En Roma, por el contrario, no se andan con disimulos desde hace varios siglos y tanto los discursos políticos como morales desprenden un tufo medieval que no admite interpretaciones florentinas. Y no digamos ya las formas rancias que todo lo invaden, empezando por esas vestimentas de príncipes arcaicos, tan alejadas de los usos cotidianos del común de los mortales.
Pero lo que realmente solivianta a los sectores progresistas, en general en toda Europa, son algunas posiciones que mantiene la iglesia católica en cuestiones como los casos de pederastia, el papel de la mujer, el respeto a los homosexuales, la condena de los métodos anticonceptivos, la propuesta de combatir el SIDA sólo con la castidad en países donde esta enfermedad es una auténtica plaga. Y en un plano más político, la negativa a firmar convenios internacionales que afectan a derechos humanos o el apoyo a dictadores. Además de haber combatido internamente las opciones eclesiales más abiertas, mientras se hacían aproximaciones o se ha acogido de nuevo en el seno de la iglesia a los sectores más reaccionarios y hasta cismáticos.
Hace siglos que buena parte de la jerarquía eclesiástica ha olvidado que gobierna la que debería ser la iglesia de los pobres. Por suerte, han habido honrosas excepciones en la cúpula y continúan existiendo miles de católicos, por todo el mundo, comprometidos en acciones que dicen y enseñan mucho más sobre Jesús de Nazaret que los grandes sermones en los templos. La gente, incluso la que no se define como creyente, continúa admirando a los hombres y mujeres buenos que luchan al lado de los desheredados del planeta en nombre de unos ideales o una fe religiosa. Pero a la hora de la verdad, el Papa llegará a Barcelona y no dudo que podrá pasear satisfecho por sus calles a bordo del papamóvil, en loor de multitudes, y que las autoridades civiles querrán agasajarle con gran boato, dispuestas incluso a aguantar críticas a nuestra forma de gobierno, sin la menor voluntad de aclarar el carácter político o religioso de la visita. En ese ambiente general de vivas, vítores y agasajos, me temo que la necesaria crítica, más o menos organizada, a las formas y al fondo de la visita van a pasar casi desapercibidas. Y es que a lo mejor, en estos tiempos donde todo es espectáculo o no es nada, a los sectores críticos les faltaría mejorar la puesta en escena de sus acciones reivindicativas.
(Artículo que he publicado en El Periódico)
lunes, septiembre 27, 2010
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1 comentario:
pero que obsesión os entra a los mal llamados "progres" con el papa. Mientras para muchos el sucesor de Pedro aporta luz y ganas de trabajar, vuestro supuesto ateismo solo os trae mala bilis y resquemor.
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