(artículo que publico en el número de mayo de la revista El Ciervo)
El futuro del mundo se juega cada día en
un casino. La mitad de las operaciones bursátiles de Wall Street las realizan ya
ordenadores que sólo se atienen a logaritmos, series estadísticas y datos que
capturan ellos mismos en la red. Compran y venden, sin tiempo ni capacidad para
verificar las informaciones. No pueden perder tiempo, porque el tiempo es
dinero y sólo el negocio importa realmente. Por eso es posible que la divulgación
interesada de noticias falsas, como la de la muerte de Steve Jobs (tres años
antes de producirse realmente) o un atentado a Obama (el pasado 23 de abril)
produzca un desplome bursátil momentáneo, que puede ser aprovechado
literalmente para forrarse en cuestión de segundos.
Si Adam Smith levantara la cabeza, se
moriría instantáneamente de un infarto. Las teorías de los padres del
capitalismo nos parecen hoy de una ingenuidad extraordinaria. También la
doctrina social de la Iglesia, o las prédicas en el desierto de los Papas que,
desde Juan XXIII, insisten en poner la economía al servicio de la persona y no
al revés. El capitalismo con rostro humano ha sido el gran espejismo de la
segunda mitad del siglo pasado. Como lo fue, no hace tanto, la idea de que
Europa exportaría al resto del planeta su modelo de desarrollo y de progreso
social equilibrado. Hoy se impone en el globo una mezcla de capitalismo neocon
anglosajón y de comunismo capitalista chino. El resultado será un mundo donde
sólo un 1% de la población pueda vivir en la abundancia. El 99% restante está
previsto que pague la fiesta de los ricos desde la precariedad y el miedo a
perder incluso la condición de esclavo.
De modo que tenemos dos opciones: caer
en la depresión y aceptar el destino con resignación, o situar como la causa
número uno del siglo XXI la consecución de otro modelo económico. Y para mí,
esa es la gran causa, sin duda: acabar con un capitalismo financiero puramente
especulativo, que no crea riqueza alguna y que no tiene en cuenta para nada el
interés de la mayoría. Puede que esta causa tenga que ir acompañada por fuerza
de una regeneración democrática, porque sólo un sistema verdaderamente
democrático puede anteponer a cualquier otro objetivo la dignidad de la persona
humana; sólo una democracia libre y profunda puede ser capaz de imponerse al
resto de poderes, más o menos fácticos y más o menos reconocibles. Será
condición necesaria, pero no suficiente. En algún momento hemos olvidado que la
democracia es mucho más que un sistema político, una ética que debería
impregnar todos los ámbitos de la vida humana.
“La democracia no exige una igualdad
perfecta, pero sí que los ciudadanos compartan una vida en común”, nos recuerda
Michael Sandel. Puede que no exista la igualdad perfecta, pero la democracia no
es tal si no persigue a fondo algo que sea lo más parecido posible a la
igualdad de oportunidades. “La vida común que reclama Sandel –nos hace notar
Josep Ramoneda- se quebró ya antes de la crisis. Y la política está siendo
incapaz de restaurarla. La brecha entre política y ciudadanía se agranda”.
Probablemente por eso la regeneración democrática y el cambio de paradigma
económico sólo pueden venir de la mano.
El modelo europeo de bienestar posterior
a 1950 fue posible, entre otras razones, porque se basaba en satisfacer a una
minoría de los habitantes del planeta, que continuó viviendo en la riqueza a
costa de la pobreza de la inmensa mayoría. No es eso lo que hay que repetir. Pero
como laboratorio puede resultar perfectamente válido, en sus aciertos y en sus
errores. Demostró que los poderes económicos y financieros pueden sujetarse a
un estado de derecho que persiga la justicia y el bien común. Demostró que es
posible crear riqueza y redistribuirla, con la voluntad de construir sociedades
más justas y más igualitarias. En algunos lugares, demostró incluso que es
posible una participación activa de los trabajadores en la toma de decisiones
clave para el futuro de las empresas. Y muchas personas buscaron además, con
relativo éxito, fórmulas alternativas de organización empresarial, o crearon
modelos de empresas sociales, o de explotaciones agropecuarias o energéticas
más respetuosas con el medio ambiente… Todo eso fue posible cuando el
capitalismo era un sistema económico, basado en la creación de riqueza y no un
sistema puramente especulativo para hacerse millonario sin aportar nada a
cambio.
Sé muy bien que la mayoría de sabios,
sobre todo los más viejos, piensan que hoy ya no es posible otro sistema
económico-político que el capitalismo voraz y salvaje que estamos viendo y
sufriendo ahora mismo. Ya en 1996, la recientemente fallecida Viviane Forrester
escribió que “a los parados se les inculca esa vergüenza que conduce a la
sumisión plena, que desalienta toda reacción distinta de la resignación”. Pero
otro intelectual ilustre, también recientemente desaparecido, José Luis
Sampedro, nos ha dejado un reto cargado de futuro, al advertir que “el sistema
está roto y perdido, por eso tenéis futuro”.